Nota diario "LA ARENA": La apropiación del charango

 




Matías Bonavitta presentó el libro “Tejido de cuerdas y pájaros”, junto a su amigo y productor Nicolás Giorgis y el santafesino experto en braille Mauro De Giovanni. El material se presentó en el Congreso del Charango en el CCK de Buenos Aires.

 

Alberto J. Acosta *

 

En un episodio de Inodoro Pereyra, el gaucho de historieta –en un rapto de inspiración luthierística– se propone la construcción de un charango. Para ello acude a los servicios de una mulita que encuentra en el medio de la pampa. Pero en lugar de emplear la caparazón del animal ya muerto, le pide colaboración para que sostenga y tense el encordado con sus manos y pies. El pobre piche, devenido artefacto musical, sólo le pide (al gaucho los animales le hablan) que “por favor, no haga percusión en la caja”.

 

Más allá del absurdo de la prosopopeya de Fontanarrosa, el episodio acierta en señalar cierta ajenidad de este instrumento, normalmente asociado con la música del Altiplano, en el cancionero popular pampeano. Pero claro, esa caricatura tiene más de treinta años de antigüedad. Las cosas están cambiando, y hoy por hoy el charango se va haciendo un lugar en la música de La Pampa. Al punto que acaba de publicarse una valiosa obra académica, compilando, en un ramillete de partituras para interpretar en ese instrumento –y su pariente barítono, el roncoco– varias páginas pampeanas.

 

El libro –recientemente publicado por Editorial Siete Sellos– se llama “Tejido de cuerdas y pájaros”, y su autor es Matías Bonavitta, quien contó en esta aventura con el concurso de su amigo y productor Nicolás Giorgis, y del santafesino experto en Braille Mauro De Giovanni. Fue presentado en junio en la Feria Provincial del Libro en Telén, y en agosto pasado, en el Congreso del Charango que tuvo lugar en el CCK de Buenos Aires.

 

¿Por qué?

 

Matías Bonavitta es una persona seria. Pero cuando se trata del charango, lo es aún más. Tanto es así, que cuando se le preguntan los motivos para su elección de instrumento, retruca enseguida: “¿Y por qué no? Es casi que como preguntarse, ¿por qué estudiar mapudungun o quechua, y no inglés o francés? Si se lee esa pregunta en términos socio históricos, es una pregunta en la que late implícita nuestra historia colonial. Hay allí no sólo marcadores de diferenciación social, sino que además, una división ontológica entre los instrumentos, la cual, desde la conquista de América hasta hoy se mantiene: instrumentos blancos y académicos, por un lado, e instrumentos no blancos y populares, por el otro”.

 

Despejada esa cuestión de principios, y puesto a explicar su relación con el instrumento, comenta: “En lo singular, a mí me gusta pensar en los tropiezos de la vida, en las experiencias que se nos presentan y se suman a algún tipo de entramado que no comprendemos plenamente. En mi caso, yo no vengo de una familia musical, tampoco tuve un nicho cercano que lo promoviera, de ahí es que al ejercicio de deriva lo siento muy presente. Pero un día, cuando tenía 16 años, de sorpresa, mi padre me regaló un charango. Era un charango de adorno, arqueado. Incluso, cierta vez, tuve que ponerle tornillos a su mango porque una y otra vez se desunía de la caja de resonancia. Era un desastre. Pero tenía un encanto que me desvelaba. Yo no sabía ni como templar. Así que, la curiosidad del no saber, me condujo a un librito de Arnoldo Pintos que, de modo intuitivo, me enseñó como afinar y armar algunos tonitos. Una anécdota que hoy me parece linda pero que era un total reniegue, es que, en aquellos tiempos signados por la terrible crisis del corralito, en La Pampa no se vendían cuerdas de charango, tampoco existía un mercado por Internet para comprar. Así que, no quedaba otra que manotear la cajita de pesca para cortar tanza y encordar”.

 

Referentes.

 

Curiosamente, cuando se le pregunta por sus referentes musicales, no aparece el nombre de Gustavo Santaolalla, que últimamente le dio gran protagonismo al charango, particularmente con sus músicas para películas, con las que ganó nada menos que dos premios Oscar seguidos.

 

“Uno tiene múltiples referencias musicales –explica Matías–: si hiciera un conteo hallaría de todo: rock, folclore, tango, música latinoamericana y mundial. En lo puntual del charango el asunto tampoco es monolítico, cada charanguista propone su universo y eso no tiene punto de comparación. Pienso en los aprendizajes de los charangos de Centellas, Duran, Toconas, Pedrotti, Cavour, Milchberg, Nuñez, y claro, Jaime Torres, quien llevó el charango al mundo, haciéndolo desde un punto vista americano, pero con un claro acervo argentino: zambas, chacareras, bailecitos. Jaime motivó el inicio de una escuela charanguística nacional, de la cual abrevamos la mayoría de las y los charanguistas de Argentina. En fin, lo interesante del cosmos charanguístico es la diversidad de colores posibles a partir del acervo expresivo de cada intérprete. Pienso que su pequeñez parece ser capaz de colorear, vincular y contener toda la música de este continente, incluso, la pampeana”.

 

Compañeros.

 

Nicolás Giorgis no es un socio casual para Matías. La amistad entre ambos se remonta a cuando tenían 8 años, creciendo en General Pico. Aunque esa sociedad artística inicialmente se canalizó a través del “punk rock” (!), llegaron a grabar un disco juntos, y a fundar un sello independiente llamado “Ternerito records”, Nicolás fue luego decantando su vocación hacia el cine.

 

Esa historia bien merecería una nota aparte, pero lo cierto es que, desde que fue a estudiar a Buenos Aires, el joven piquense participó como productor en alrededor de cuarenta películas. Al gran público le asombrará saber que una de ellas fue Gilda, una biopic sobre la cantante cumbiera, verdadero éxito de taquilla. A los cinéfilos les interesará saber que en ese currículum figura también Zama, la película de Lucrecia Martel, que fue considerada por el New York Times como una de los mejores filmes en lo que va del milenio.

 

Es de imaginarse que acometer la producción de un libro ha de ser tarea liviana comparada con la pesadilla logística que supone una producción cinematográfica. Y en particular con una directora como Martel. “Lucrecia es muy exigente, muy detallista”, comenta. “En esa película me tocó –a pedido mío– ocuparme de la producción de arte, que fue todo un reto, porque es una película de época, y hubo que construir todo, hasta el mobiliario”.

 

Pájaros.

 

Va de suyo, las piezas musicales incluidas en “Tejido de cuerdas y pájaros” no fueron compuestas con el charango o el roncoco en mente. Fue necesario entonces un proceso de adaptación, composición, creación de arreglos y grabación. Las notaciones musicales no incluyen sólo las clásicas de partituras, sino que, a la par, hay tablaturas  y acordes cifrados, incorporándose, además –y en esto no se conocen precedentes– la musicografía braille, con el objetivo de que las personas con discapacidad visual hallen accesibilidad en él. Un código QR incorporado al libro permite escuchar la grabación de cada pieza por Internet.

 

Participar en el congreso en el CCK le permitió a Matías compartir espacio con varios de sus referentes, incluidos como Fredy Torrealba de Chile, Los Cholos de Perú o Adriana Lubitz y Rolando Goldman de Argentina. También, participar de un gran concierto final junto a la Orquesta Argentina de Charango dirigida por el maestro Rolando Goldman, que cumplió una década de existencia. “Con dicha orquesta que agrupa charangos de distintos registros tuve la posibilidad de tocar cuatro temas propios de los distintos países que participaron: Chile, Bolivia, Argentina y Perú”, aporta Matías.

 

“Mi síntesis de impresiones es que el congreso reflejó no sólo música, sino que por sobre todas las cosas, un ecosistema humano muy valioso. Me llevo una impresión optimista, de que existe un sentir decolonial, lindo y compartido entre Chile, Argentina, Perú y Bolivia. Honestamente, siento que el salto epistémico que está dando el charango conmueve, y que, en su saltito, está todo el barro de nuestra historia”.

 

* Músico. Colaborador.